A Juanmi, luchador generoso, amigo entrañable, buena gente.
Recuerdo una conversación con un compañero de profesión y de afectos. Hablábamos de nuestro trabajo, de las dificultades crecientes que conlleva, de los sinsabores, y poco a poco, como otras veces, acabamos derivando en las alegrías que proporciona el enseñar a los alumnos y aprender con ellos. “Lo más importante es el amor a los alumnos” quise concluir “Y a tu materia” añadió él. Amor y respeto por unos y por otra. Para servir de ayuda en las dificultades y para estimular la curiosidad y animar a descubrir el mundo y a nosotros mismos.
El escritor y matemático defiende el valor de la educación y los clásicos frente a los retos del día de mañana.
En un momento en el que todo acto nostálgico y de reivindicación de culturas pasadas parece ligado, irremediablemente, a lo reaccionario antes que a lo progresista, reivindicar la importancia de la cultura griega o latina parecen una querencia desmedida de los tiempos de antaño y un desdén excesivo del porvenir. Precisamente eso rechaza Ricardo Moreno, el escritor y matemático invitado ayer al Aula de Cultura de El Norte de Castilla, para quien «perder a aquellos que nos enseñaron a razonar y a filosofar supone jugarnos la misma civilización», señaló frente a un Círculo de Recreo que registró un lleno absoluto para un acto organizado por la Fundación Vocento y la Obra Social la Caixa.
El cuidado ensayo de Irene Vallejo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo aúna la voluntad pedagógica y la calidad literaria a la hora de reconstruir un itinerario fascinante.
Escrito por una doctora de Clásicas que se ha distinguido en el terreno de la divulgación, El infinito en un junco es un libro hermoso y bien concebido que logra su propósito de contar una historia de muchos siglos en pocos cientos de páginas, aunando la sensibilidad y el criterio con la capacidad narrativa y una idea de la pedagogía que no rebaja la materia de la que trata.
Un artículo de opinión de Julien Claeys Bouuaert, profesor de latín en la Academia Vivarium Novum en Frascati (Roma), a su regreso de Wenli, China.
Mientras que nosotros abandonamos el latín y el griego, la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín se prepara para lanzar el próximo año su primera facultad de letras clásicas occidentales.
Quien lea estas líneas seguramente se sorprenderá al saber que, en un momento en que el latín y el griego desaparecen de nuestros centros de enseñanza, hay un renovado interés en China por las lenguas que han construido la civilización occidental: algunos, estoy seguro, habrían tenido curiosidad por asistir a la reunión a principios de este año entre Luigi Miraglia, fundador de la Academia Vivarium novum, cerca de Roma, y el profesor Wang Caigui, fundador de la Academia Wenli, en el este de China.
Los físicos tienen claro que la materia ni se crea ni se destruye: se transforma. Igualmente, las lenguas ni nacen ni mueren: evolucionan. ¿El latín (y el griego) es una «lengua muerta»? En absoluto. Ahora mismo estamos hablando el «latín de Cicerón»; es evidente que con algunos fonemas distintos, evolucionados («solo algunos»), pero nada más: esos fonemas producto de una evolución, no de una muerte; estamos hablando el mismo idioma que habló Cicerón después de 2.000 años de evolución, solo evolución. Si ahora un galegofalante dice «mestre» un castellanohablante «maestro», un italiano «maestro», un francés «maître», un inglés «master» y un alemán «Meister» no es por caprichos idiomáticos; es porque todas esas palabras son simple evolución del latín «magister». Si nosotros decimos «César», los italianos «cesare», los alemanes «kaiser» y los rusos «zar», tampoco es capricho: es evolución de «caesarem».
Es «latín (y griego) evolucionado» el que hablamos mientras nos expresamos en las lenguas «románicas» o «latinas»: castellano, gallego, catalán, portugués, francés, italiano, rumano… ¿Somos actualmente en torno a los 1.500 millones de «latinoloquentes»? Añadamos las aportaciones gramaticales y léxicas que el latín (y el griego) (a través del Renacimiento) hizo a lenguas como el inglés (la mitad del léxico es latino), el alemán (toda la estructura gramatical es latina) o influencias menores pero importantes como al ruso o al vasco. ¿Hablamos, por tanto, de un idioma presente en mayor o menor medida en casi 4.000 millones de personas? ¿Hablamos de que el latín sigue vivo, en mayor o menor importancia, en la mitad de los hablantes de nuestro planeta? Pues sí: de eso hablamos.
Vuelven las declinaciones y la pasiva de los verbos regulares, pero a través de la tele.
Proca, rex Albanorum, duos filios, Numitorem et Amulium habuit. Reconocer, o no, esta frase marca una línea divisoria entre los lectores; aquellos que han tenido que lidiar con las declinaciones y los que no. Todos son iguales en derecho y dignidad, pero mientras para los segundos la idea de Roma es la de una ciudad fantástica, o no, para visitar, los primeros se miran entre ellos como quienes han compartido trinchera en la oscura y lluviosa Britannia, mientras alrededor volaban la pasiva de los tiempos compuestos, el genitivo de la segunda declinación y los verbos regulares en voz pasiva.