
Jacinto Antón 14/08/2016 www.elpais.com
El hallazgo de la supuesta última morada del filósofo despierta grandes ilusiones en el pueblecito griego de Olympiada.
El destino o los dioses quisieron que en la carretera de Stavrós a Olympiada, justo en el desvío de entrada al pueblecito junto al que se alzan las ruinas de la vieja Estagira, me encontrara un tejón atropellado. Al arrastrarlo por una pata fuera del asfalto me di cuenta de que estaba más allá de toda ayuda, incluso filosófica. Me pareció una casualidad sorprendente y un buen presagio, no para el tejón, claro. Por la ruta desde Tesalónica, muy poco transitada, iba leyendo a saltos, precisamente, la Historia de los animales, de Aristóteles, más amena que la Metafísica, sobre todo si conduces, y había dado con el controvertido pasaje acerca del tejón. Controvertido porque hay quien sostiene que el estagirita (nació en la antigua Estagira y sin duda es su ciudadano más conocido) sabría mucho de animales pero ignoraba el tejón. Cómo puede eso ser así estando Grecia llena de tejones y siendo tan curioso Aristóteles es algo que no entiendo, pero ahí está la discusión. Pues bien, el párrafo que les decía es uno en el que el filósofo y primer naturalista compara las partes pudendas de la hiena y del trochus, al que algunos (Joshua Katz, Aristotle's Badger) identifican con el tejón. Aristóteles disiente de Herodoro el Heracleota que sostenía que ambos animales disponían de dos juegos de órganos sexuales y que el dicho trochus se podía fecundar a sí mismo, lo que parece un difícil ejercicio de contorsionismo incluso en un tejón atropellado. Fiado en su empirismo (¡) y con la autoridad que le daba ser Aristóteles, nuestro hombre aclaró para la posteridad que el trochus/tejón (?) solo tiene un pudendum, añadiendo una frase digna de los Monty Python: “Pero suficiente ha sido dicho ya de esto”.