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EL PAÍS, 26 de marzo de 2001

El actor neozelandés Russel Crowe es la estrella de Gladiator, la nueva película de Ridley Scott

Lola Galán

Los paisajes deslumbrantes de Marruecos han sido el escenario de Gladiador, la última película firmada por el británico Ridley Scott, que se estrena el viernes en Estados Unidos. Una superproducción que ha costado 17.000 millones de pesetas, de la que es estrella absoluta Russel Crowe, actor neozelandés nacionalizado australiano, famoso por su interpretación en el filme El dilema. Contra lo que pueda parecer a simple vista, Gladiador no es una mera película de romanos, un género al que Hollywood recurrió con entusiasmo en los años cincuenta, sino un filme que, en palabras de su director, "narra la historia de un hombre que se ve privado de sus afectos y de su tierra y mantiene una lucha interior entre sus deseos de venganza y la consciencia de las intrigas ligadas al poder".

La historia, -"en perfecto equilibrio entre realidad y fantasía", reconoce el propio Scott- se desarrolla en el año 185 después de Cristo, en Roma, y tiene como protagonista principal a Máximus, un valeroso general de las legiones romanas al que el emperador Marco Aurelio designa su sucesor. Una decisión que desata las iras de Commodus, hijo legítimo de Marco Aurelio, que despoja a Maximus de su cargo, de sus bienes y de sus seres queridos y lo reduce a la esclavitud, convirtiéndolo en gladiador, condenado a jugarse la vida en el circo para diversión de su verdugo. Un papel cargado de dramatismo que Crowe se ha tomado muy en serio, pero con el que intenta también distraer al espectador. "Me he preparado para interpretar a este general recordando lo que me divertí cuando era pequeño con las hazañas de Espartaco o de Ben-Hur", dice el actor.

Lecturas y visionado de filmes antiguos aparte, el actor ha tenido que ejercitarse enormemente para encajar en el físico poderoso de Maximus. En Gladiador, Crowe, de 35 años, aparece en plena forma física y con 23 kilos menos de los que le lastraban en su papel de El dilema. Aun comprendiendo el dolor del ex general romano reducido a la categoría de bestia por el pérfido Commodus (papel interpretado por Joaquín Phoenix), el actor ha reconocido, sin embargo, que detesta la violencia. "Odio cualquier tipo de competición", explica, "lo que me gusta es tocar con mi banda de música en Sydney". Crowe, uno de los solteros de oro del cine actual, ha construido su carrera con papeles enormemente diversos. Desde el policía de sonrisa irónica de L.A. Confidential al jugador de hockey de Mistery, Alaska, hasta el gladiador Maximus acosado por los deseos de venganza.

Los muchos admiradores de este actor, que vive alejado de Hollywood, en su finca de Australia, han visto en él las cualidades de un nuevo Marlon Brando. Algo que Crowe rechaza incómodo. "Hay que andar paso a paso. Me inclino ante los grandes actores que han llegado antes o después que yo al cine: el gran Al Pacino, Harvey Keitel, y los jóvenes Edward Norton, el magnífico Joaquín Phoenix... Dejemos la competición para la arena, y no me refiero precisamente a la del rugby, que puede parecerse bastante a la lucha de los gladiadores. Me gustan los desafíos menores y nunca me he puesto medallas de general".

El mundo de los gladiadores retratado por Ridley Scott con su magistral mano es sangriento y brutal, pero el director británico asegura que no ha sido su objetivo revolverle el estómago al espectador (algo que puede ocurrir con la nueva película que rueda en Florencia en estos momentos, Hannibal, secuela de El silencio de los corderos). "Mi película es perfecta para quien busca un buen espectáculo, pero también para quien quiere que le hagan pensar".

En el rodaje, realizado básicamente en Marruecos- "donde hemos reconstruido el Coliseo y los principales monumentos de la antigua Roma", dice Scott-, ha sido necesario recurrir también a las imágenes digitales. La muerte repentina del actor Oliver Reed, en Malta, el 2 de mayo del año pasado, ha obligado al equipo de la productora Dreamsworks a valerse del ordenador para recrear digitalmente el rostro del actor desaparecido (que interpreta a Proximus, otro esclavo convertido en gladiador) a los 61 años, en las escenas que aún faltaban por ser rodadas.

Como en todo filme de romanos que se precie, en Gladiador aparece también una deslumbrante presencia femenina, la de Connie Nielsen, que interpreta el papel de la gentil Lucilla, hermana del perverso emperador. ¿Personajes de carne y hueso o de cartón-piedra, como ocurre a menudo con las películas de género? Scott asegura con firmeza que los personajes de cartón-piedra son incompatibles con el cine que ha querido hacer y que ha hecho hasta ahora, desde Los duelistas, basada en un relato de Joseph Conrad y realizada en 1977 (premiada en el Festival de Cannes) hasta la celebrada Blade Runner, de 1982, o la menos aclamada Thelma y Louise, de 1991. Aun así, Scott advierte a los espectadores: "Espero que nadie busque la cronología exacta de la historia, porque es un guión que, además de ofrecer espectáculo, afronta la idea de la muerte entendida como reencuentro con el propio espíritu".

El director británico no cree que Gladiador sirva para resucitar un filón de filmes ya sobradamente explotado: "Pienso en La caída del Imperio Romano de Anthony Mann, el Ben-Hur de William Wyler, el Satyricon de Federico Fellini... Lo que me intriga es saber si los espectadores harán alguna comparación entre mis gladiadores y los mitos que encuentran hoy las masas en el terreno más bien violento del deporte, de la política o de la vida cotidiana. Precisamente, el poder surge en la arena (entendida como ruedo mortal), es ahí donde los hombres, con todas sus contradicciones, sus zonas de sombra y sus sueños, se enfrentan entre sí".


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