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14 de julio de 2002

ABC, Madrid

Francisco Rodríguez Adrados: «No hay nada nuevo después de Grecia»

TULIO DEMICHELI. MADRID

Rodríguez Adrados es un erudito. Rodríguez Adrados, un erudito moderno, busca en su ordenador las claves de la cultura griega y encuentra que, entre nosotros, todo viene de Grecia. Nuestra moral es una moral griega, pero también las fábulas, las máximas y el erotismo. Rodríguez Adrados es un erudito que no se amedrenta ni siquiera a la hora de explorar los misterios del erotismo.

Al-Andalus sólo es una leyenda

-¿Y en Castilla?

-Castilla era lo más avanzado de Europa, por donde entraban las cosas. Hay latín, se traduce luego al francés, al inglés... Cierto, la castellana es una vía, porque también está la vía directa del latín, por la que entraron muchas novelas. La historia del sabio Secundo, que estaba tan desengañado del mundo que decía que no quería hablar, que todo era tan desagradable que lo mejor era callarse. Tenía unas historias tremendas con las mujeres; decía que todas eran prostitutas, excepto su madre, y ni siquiera ella... El emperador Adriano le manda un speculator para hacerle preguntas: «¿Qué es el mundo, qué es Dios, que es la vida, qué la muerte?» Esta cultura llegó por la vía del griego, al latín, al castellano. Pero está esta otra vía: griego, árabe, latín, castellano. O como, en el caso del «Calila», la vía persa, árabe, latín, castellano. La gente se cree que toda esta literatura se producía en Al Andalus y esto no es verdad. Es una leyenda. De estos cuatro libros, tres están traducidos en Bagdad, y el cuarto, «Los bocados de Oro», en El Cairo. Los de Al Andalus los compraban y leían, bueno, a partir de ahí, ellos trabajaban y hacían sus cosas, Averroes trabajó sobre Aristóteles, pero los textos los traían de Oriente. Esa es la historia. En general, en el mundo árabe sólo ha habido pequeños grupos intelectuales. Era una sociedad muy limitada.

El filólogo Francisco Rodríguez Adrados acaba de publicar «Modelos griegos de la sabiduría castellana y europea. Literatura sapiencial en Grecia y la Edad Media» (Anejos del boletín de la Real Academia Española, 2002). En esta obra recorre, a partir de cuatro libros que fueron muy populares entre los lectores medievales: «El libro de las Buenos Proverbios», «Poridad de poridades», «Bocados de Oro» y «La donzella Teodor» (todos ellos traducidos por la Escuela de Toledo de Alfonso X), los caminos por los cuales ha transitado la moral griega hasta conformar la cristiana.

-¿Por qué eligió esos libros?

-¡Eso habría que preguntárselo a Alfonso X...! (se ríe). El rey sabio también publicó otras muchas cosas: libros de astronomía, de gemología, de ciencia, de ajedrez, de cetrería, de todo el universo humano. Él estaba interesado en difundir entre las capas populares el pensamiento moral, el científico y el pensamiento político, pero de una manera amable, con la ayuda de máximas procedentes de los grandes filósofos griegos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Diógenes, etcétera; y de sucedidos, de historietas antiguas... El género cuentístico, novelístico, estaba al servicio de la culturización del pueblo. Y al Rey le interesaba, porque se trata de qué es la Monarquía, por ejemplo, a través de la figura de Alejandro. El Rey, así, sería como el representante de Dios en la tierra, que salva su alma haciendo el bien. Todo parece el despotismo ilustrado, pero tiene una tradición antigua, mesopotámica, judía, griega y, luego, cristiana. Alfonso X, a quien su padre, Fernando III, rodeó de sabios para bien educarle, se aprovechó pro domo sua: quiere hacerse emperador. El tema viene de Alejandro, más o menos novelado y falsificado, y se continúa hasta Quevedo («Política de Dios e imitación de Cristo») y Saavedra Fajardo, que hablan del príncipe cristiano.

Los secretos de Alejandro

-Al lector de hoy le resultará curioso advertir que filósofos como Sócrates y Aristóteles o personajes históricos como Alejandro hayan producido una literatura que no es filosófica ni histórica.

-Por ejemplo, Sócrates es un hombre que no escribe, que cuenta fábulas, se interroga e interroga a quien habla con él, se apoya en máximas. Es popular, nada de énfasis, no un sabio inspirado, como Heráclito o Parménides, que presumían de que eran sabios. No, él dice: «Solo sé que no sé nada». En efecto, existe ese Sócrates popular... y ésta, alrededor suyo, era la verdadera literatura popular. Hubo Califas, en el siglo IX, que eran fanáticos de Aristóteles. A uno de ellos se le aparece en sueños el filósofo y le dice: «Busca mi libro». Y entonces manda a un sabio y encuentra «Poridad de poridades (secreto de secretos». ¿Y qué es libro? Bueno, ni es Aristóteles, ni es nada. La teoría es que Alejandro le había pedido a su maestro que le enseñara cómo gobernar sus pueblos; él le dice que ya está muy viejo para meterse en campañas y se lo manda por escrito. Pero es secreto, porque -dice él- son unas doctrinas tan sabias que, si se enteran otros, van a tomar el poder y van a triturarlo. La literatura popular, la que compraba la gente, eran estas colecciones sapienciales, fabulísticas, moralistas y, claro, las novelas. A nosotros llegaron a través de las traducciones árabes.

-¿Qué novedades aporta su libro?

-Yo creo que la gran novedad de este libro es que los originales árabes que traducía Alfonso X en realidad vienen directamente de la sabiduría griega. Yo sostengo que los árabes los cogieron directamente cuando conquistan Damasco. Todo el mundo dice que sí son de origen árabe u oriental, pero su origen es griego. Lo que pasa es que los «lectores» de literatura española no se lo toman en serio: «Dicen que es griego para presumir». Pues no, señor. Su origen es griego, claro, no de Sófocles ni de Platón, sino griego popular.

-Usted pone en duda la originalidad de la cultura árabe...

-Hombre, los árabes hicieron algunas cosas. En fin, todo este moralismo (el mundo es malo, hay que ganarse el cielo, etc.) es común a los cristianos y a los árabes. Con tal de que no se hablara de la Virgen y de los ángeles, los árabes lo aceptaban todo. Además, los que traducían todos estos libros al árabe no siempre eran musulmanes, sino cristianos de Siria, que se habían convertido al Islam a la fuerza... ¿qué iban a hacer? También había en Siria una gran tradición cristiana. Y muchas sectas heréticas. Entre los que traducían al árabe, había cristianos jacobitas y arrianos y monofisitas. Los persas asánidas, igual: ellos adoraban a Zoroastro y tradujeron el «Calila».

La moral grecoristiana

-Entonces, lo que se traza es cómo la moral griega llega hasta nosotros conformando la cristiana.

-La moral griega confluye con la cristiana. En las gnomologías y aquí, en estos cuatro libros, hablan los griegos, pero también los cristianos, como Juan Crisóstomo, Basilio de Cesarea y los dos Gregorios. La moral judía es también una confluencia; se recogen máximas que vienen de la Biblia. Cuando los árabes llegan a Siria todo esto no se acabó.

-¿Sustituye la iglesia en los siglos XVII y XVIII esta literatura sapiencial por la literatura pía y sermonística?

-Es posible. Pero los frailes que lanzan sermones utilizan material fabulístico... Los frailes saben latín, pero el pueblo no, y hay que traducir los textos. La prosa española es fundamentalmente, en sus orígenes, una prosa de traducción. No sé si esta tesis será muy popular, pero no es un deshonor. El germánico, el eslavo, en su origen, también, son prosas de traducción. Sin embargo, insisto, nuestro mundo está construido a partir del mundo griego, pero no del clásico, sino que ha pasado por muchas cosas. Alejandro para estos señores medievales era un sabio. Aquí, en estos libros, hay muchas máximas de Alejandro. El caso de la doncella Teodor es muy curiosa. El original griego no se conoce, pero el esquema novelístico está muy claro. Es el tema del hombre inculto, como Esopo, o de una mujer, como Santa Catalina, o el niño, que dan lecciones a los sabios. Teodor era una esclava y el mercader se arruina, por lo que la va a vender al sultán. Y ella le dice: «Pide cien dinares -una barbaridad- porque yo lo sé todo». Y el sultán la sometió a examen. Tres caídes le preguntan gramática, retórica, medicina, cosas eróticas, y ella los derrota a todos. Los deja en ridículo. El más sabio se apuesta con Teodor que quien pierda, se desnudará. Y el sabio pierde... tendrá que pagar para no tener que desnudarse. Esta novela tiene muchas variantes, una en Babilonia (Babilonia es El Cairo), pero su origen es griego. Y también está, no exactamente igual, en «Las Mil y una noches». Aquí llega en la Edad Media y luego es muy popular en los siglos XIV, XV, XVI... tanto que Lope de Vega la retoma.

-Esa novela es tan moderna que anticipa el «strip-poker»... Pero ¿todos secundaban esa línea?

-En toda esta filosofía, que en el fondo es esencialista, hay una moral clara, que confluye desde Sócrates a los cristianos y se continúa hasta Quevedo... Pero, sí, no todos siguen el modelo. Maquiavelo es sencillamente lo contrario: la política no es el gobierno de Dios, ni el príncipe atesora la bondad para ganarse el cielo. La política se sustancia con unas reglas pragmáticas para triunfar sin ser muy escrupuloso en los procedimientos. Maquiavelo, es claro, se opone a esta línea grecocristiana.

-¿Cómo trabaja usted?

-Mire, escribo en griego en mi ordenador, por ejemplo: «Conviene al Príncipe». Y sale todo. «Conviene al Príncipe» es una fórmula que aparece en la literatura griega y, claro, en todas las demás. Ya le digo, todo viene de Grecia. No hay nada nuevo bajo el sol.


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