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23 de junio de 2002 

EL PAÍS, Madrid

Aquiles perseguido por las amazonas, en una escena del montaje de Peter Stein de Pentesilea, de Kleist.

Las guerreras amazonas vuelven a hollar la tierra griega conjuradas por Peter Stein

El director alemán estrena en el teatro de Epidauro su montaje de 'Pentesilea', de Kleist

JACINTO ANTÓN, ENVIADO ESPECIAL | Epidauro

Se hizo la oscuridad y el grito de guerra de las amazonas volvió a resonar, como en los tiempos de Homero, entre las dulces colinas de la Argólida. El director alemán Peter Stein las ha conjurado como protagonistas de su espectacular montaje de Pentesilea, de Kleist, estrenado el pasado fin de semana en el teatro griego de Epidauro. La desaforadamente romántica historia de la desgraciada reina de las amazonas, Pentesilea, que a la cabeza de las hijas de Ares de un solo pecho guerrea con los griegos, emocionó al público, embriagado por el paisaje, las ruinas, la cálida noche y las hermosas palabras.

Maddalena Crippa, la actriz que encarna a Pentesilea, se mostró como una gran trágica y pareció ser capaz de dominar incluso los elementos: la escena final de su muerte fue apoyada de manera sobrecogedora por una ráfaga de viento.

El montaje, en versión italiana de Enrico Filippini, se verá del 1 al 7 de agosto en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, que es coproductor junto con el de Epidauro.

La leyenda de Pentesilea, gran reina de las amazonas como lo fueron también en la mitología Hipólita, despojada de su cinturón sagrado por Hércules; Antíope, secuestrada y enamorada por Teseo, la latina Camila y la gran Mirina, vencedora de atlantes y gorgonas, es conmovedora y terrible: la virgen guerrera se presentó con su ejército de matadoras de hombres en la llanura de Troya para apoyar a la ciudad de Príamo contra los aqueos. Enfrentada en combate singular con Aquiles, éste la venció, pero al retirarle el yelmo quedó prendado de la reina amazona mientras la veía expirar y, según algunas versiones, la poseyó en un arrebato necrofílico. El tema, uno de los más recurrentes entre las muchas amazonomaquias tan populares en el arte griego, figura en terracotas, vasos y pinturas.

Henrich von Kleist (1777- 1811), sin embargo, no sigue la convención. Para él, atormentado lector de Kant, inmenso poeta, autor de La marquesa de O y El príncipe de Homburg, la historia de Pentesilea, tal como la recrea en su obra, es muy otra. Es la reina de las amazonas la que, en un arrebato de locura atroz a la que la conduce su pasión por Aquiles, mata al héroe griego y lo destroza a mordiscos, todo ello entre palabras tan bellas como terribles: 'Besos, mordiscos, son palabras que riman, y todo el que ama de corazón los puede confundir'.

Peter Stein ha recortado la pieza original dejándola en unas dos horas y ha centrado la acción escénica en los movimientos en masse de las amazonas, convirtiéndolas en un verdadero coro muy móvil, cargado de una fisicidad y un prístino salvajismo impactantes. El ojo del espectador retiene las carreras de las cerca de una treintena de amazonas -un puñado de ellas españolas-, vestidas de cuero y armadas de arcos, y el oído, el peán, el canto de guerra de las vírgenes, punteado de palmadas, pisadas y golpes de percusión.


El montaje se verá del 1 al 7 de agosto en el Festival de Teatro Clásico de Mérida

  

Stein sitúa la obra en una escenografía desnuda compuesta únicamente por una especie de colina de tapiz negro que semeja una pradera quemada. Desde la parte superior los actores otean los muchos acontecimientos que se producen en la obra fuera de campo y desde la misma se desparraman las amazonas, en los flujos y reflujos de sus ataques y retiradas, como una marea de senos y cabelleras, que diría Virgilio.

El sábado por la noche, el viejo teatro de Epidauro registró una entrada sensacional, de más de 7.000 personas.

Pentesilea y sus amazonas aparecieron precedidas por un siniestro ulular, el tañido de inmensos gongs dorados y la presencia, en el cielo del brillo vespertino de Venus, celosa la lúbrica diosa sin duda de la integridad de las doncellas de Artemis. Comparecieron también los griegos, con empenachados cascos de hoplita: Odiseo, Diomedes y Aquiles (Graziano Piazza), al que Stein retrata con una ligereza que más allá de la célebre de sus pies, afecta a su mente, convirtiéndole en un personaje ingenuo, frívolo y desenfadado.

Los griegos se preguntan qué quieren de ellos las amazonas, y se va revelando que éstas 'hacen la guerra para hacer el amor', en feliz frase del propio Stein; es decir, buscan capturar guerreros para conducirlos a su capital, Temíscira, y durante la 'fiesta de las rosas' dejarse fecundar por ellos, a fin de alumbrar una nueva generación de vírgenes combativas. Pentesilea se enamora perdidamente de Aquiles, lo cual la conducirá a la locura.

La representación, en escorzo, del primer combate entre la reina y el pélida es otro bello momento, y parece arrancado de una metopa.

En la versión de Stein, por razones muy obvias, la soberana no menciona la tradición de cortarse un pecho de las amazonas para evitar que la turgencia les dificulte el uso del arco. En el texto de Kleist, Pentesilea tranquiliza a Aquiles, asombrado por la mutilación: 'No te preocupes, les he salvado el pecho izquierdo, el más cercano al corazón'.


La representación del primer combate entre la reina y el pélida parece sacado de una metopa

  

En el cenit de la tragedia, la reina acude a su duelo final con Aquiles cegada por un furor homicida en el que se ha disuelto infernalmente su amor; atraviesa el cuello del héroe de un flechazo y luego se lanza sobre él con sus perros y lo destroza a mordiscos. La acongojante escena sucede fuera de la vista del público, y es narrada por una amazona. La entrada luego de Pentesilea loca, cubierta de sangre y arrastrando un bulto infame es de lo mejor del espectáculo. La reina se suicida tras un parlamento conmovedor y sus guerreras la cubren de rosas rojas levantando un túmulo floral, una pira de pétalos, alrededor del cual se acuestan, mientras el sonido de oleaje recuerda el mítico fin de las amazonas, dispersadas en barco hacia los confines saurómatas del mundo y la laguna Meotis. La escena es muy bella y sume en una intangible tristeza mientras el teatro se vacía en la noche y Epidauro, consumidas las palabras, regresa a su mineral silencio.


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