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19/12/03

Arturo Ortega Morán ●  www.bajoelsol.com

Del Nacimiento del Sol a la Navidad
Los antiguos romanos hacían ya más o menos lo mismo que hacemos hoy para celebrar nuestra Navidad.

Nunca sabremos cuando fue que la humanidad festejó la primera Navidad, pero fue hace mucho tiempo. Hacía siglos que los hombres habían observado que, progresivamente, los días cada vez eran más cortos y las noches más largas. Veían a un sol que, poco a poco, sucumbía ante la embestida de las tinieblas. Luego, llegaba el momento mágico en que el sol parecía detener su movimiento en el horizonte, y, entonces, empezaba la victoria de la luz. El sol renacía con fuerza renovada y desde ese momento, el día le ganaba terreno a la noche. Los hombres se llenaban de júbilo y esperanza -después de todo, el sol era su vida-, despertando en ellos nobles sentimientos que los impulsaban a regalar y a regalarse con sus semejantes.

El festejo del nacimiento del sol, lo encontramos en muchas culturas ancestrales, a lo largo y ancho del planeta. Los antiguos romanos no fueron la excepción y al día en que la noche es más larga, cuando el sol parece detenerse, le llamaron “Solsticio (Sol inmóvil) de Invierno”.

Esto ocurre alrededor del 21 de diciembre, y tres días después, en la media noche del 24 de diciembre, celebraban la fiesta del “Sol Invictus” (Sol Invencible). En el festejo romano de la natividad del sol, el 25 de diciembre, había grandes fiestas y banquetes. Temporalmente se olvidaban las clases sociales y en los ágapes, los señores servían a sus esclavos, cesaba toda actividad pública y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio salvo el de la cocina. Hacerse regalos unos a otros era obligatorio; los ricos invitaban a los pobres que llamaban a sus puertas a compartir sus mesas bien surtidas. En fin, los antiguos romanos, hacían ya más o menos lo mismo que hacemos hoy, para celebrar nuestra Navidad Cristiana.

Llegó el Cristianismo a Europa, y durante el siglo III, nació la inquietud de celebrar el natalicio de Jesús. Algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, el 20 de mayo y algunas otras. El sabio Clemente de Alejandría (150-215) no quiso quedarse sin opinar y postuló el día 25 de mayo. Pero el Papa Fabián (236-250), decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaran determinar la fecha del nacimiento del Nazareno. Basándose en el Evangelio de Lucas, la Iglesia oriental fijó el nacimiento de Cristo el 6 de enero. Ellos dedujeron que Jesús murió cuando tenía «exactamente» treinta y tres años, contados estos desde el día de su concepción, y dado que la fecha de la crucifixión la habían fijado el 6 de abril (¡¿?!), sólo tuvieron que añadir los nueve meses exactos de gestación para llegar hasta el tan celebrado 6 de enero.

Entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se decidió que lo conveniente era fijar el nacimiento de Jesús en la media noche del 24 de diciembre, día en que los romanos celebraban el “Natalis Solis Invicti” (nacimiento del Sol Invencible); en un claro intento de erradicar este culto pagano.

Como huella de lo que se vivía en estos tiempos, quedó la exhortación que San Agustín (354-430) hacía a los creyentes de la época: "No dediquen este día al Sol, sino al Creador del Sol". La Navidad Cristiana, poco a poco, fue ganando terreno, aunque a costa de tener que aceptar sincretismos con la antigua navidad pagana. De ahí: el árbol de Navidad, las luces, los regalos, las fiestas, las coronas, etc. Los paganos, eran los aldeanos rústicos. El nombre viene de "pagus", que significa “aldea”. Lógico es, que fueran ellos, los últimos en abandonar los antiguos ritos. Por eso fue que el término adquirió tintes negativos, desde el punto de vista de los cristianos. Quizá podamos entender ahora, que muchos, aun sin ser cristianos, sientan la necesidad de celebrar la Navidad. Como una herencia de siglos, los hombres reclaman un momento de renovación, un momento de esperanza, un momento de alegría. Como ocurría en aquellos tiempos, cuando se celebraba la otra navidad.

Arturo Ortega Morán, es ingeniero en ciencias computacionales y actualmente combina la atención de un negocio propio, con la investigación y publicación del origen de las palabras y expresiones castellanas. cayoelveinte@hotmail.com.

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