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Octubre 2003

Arturo Arnalte Revista 'Descubrir el Arte'

Túnez romano
De Cartago a las puertas del desierto, la provincia más rica del Imperio conserva los monumentos más suntuosos y los mosaicos más sorprendentes.

Los gladiadores todavía flexionan sus músculos aceitados para hacer tragar saliva a las doncellas, que admiran sus cuerpos generosos dominando la arena del circo. Ellos son los más aplicados del gimnasio de la localidad tunecina de El Djem (la antigua Thysdrus), recompensados con un trabajo de extras en una película de romanos de serie B. Ellas, universitarias españolas que viajan con su curso o pícaras jubiladas nórdicas, que atrapan con sus cámaras fotográficas el exotismo que estos émulos de Gladiator y Terminator añaden al anfiteatro mejor conservado de todo el Magreb.

La impresionante mole del edificio se alza hoy como un coloso en un pueblo polvoriento y pobretón, de casas bajas diseminadas a su alrededor, un recordatorio de que, con sus 149 metros de longitud, 124 de anchura, 36 de altura y capacidad para 30.000 espectadores, era el tercer anfiteatro de mayor tamaño de todo el Imperio Romano, tras el Coliseo y el de Capua. Comenzado a finales del siglo II, el edificio, con tres hileras de arcadas y dos galerías subterráneas con jaulas para fieras, habitáculos para luchadores y almacenes para la parafernalia de las representaciones sangrientas, fue sucesivamente matadero de púgiles para deleite del sádico público romano, patíbulo de primitivos cristianos, palacio de reyezuelos bereberes insurrectos, fortaleza, cantera y cuartel, aunque el peor daño para su estructura se produjo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes bombardearon a las tropas francesas acampadas en su interior.

El destino de El Djem es paradigmático de todo el Túnez romano, cuya abundancia, solidez y magnificencia sirvió de reserva de ideas y materiales para las sucesivas reconstrucciones del país que, tras irrumpir a sangre y fuego, llevaron a cabo bizantinos y árabes.

 

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Arturo Arnalte, periodista e historiador, visita en este número la provincia más rica del Imperio, que conserva todavía hoy, en todo su esplendor, los mosaicos más sorprendentes y los monumentos más fastuosos.
 

 


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