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24/01/2004

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Palmira: una joya en el desierto
En medio del desierto sirio se levanta este antiguo centro comercial ubicado en medio de las rutas que comunicaban a oriente y occidente en la era clásica de Grecia. Palmira (o Tadmor) es hoy un tesoro arqueológico lleno de monumentos y recuerdos de su época gloriosa, redescubierta luego de estar bajo la arena durante 800 años.

El oasis comercial

Surgiendo entre las palmeras datileras y olivares que transformaron la desnudez en un tapiz vegetal en medio del desierto, Palmira ha sabido ganar su nombre en la historia.
De las ruinas que salpican el desierto de Siria, Palmira es la más estupenda. Su estratégica ubicación en el camino de Damasco a la Mesopotamia y la presencia de un abundante manantial de agua jugó un papel fundamental en la región durante la expansión comercial Helénica. Las caravanas que venían de la India, China, Persia, Egipto y Fenicia debían reponer fuerzas en esta ciudad antes de seguir. De esta manera, Palmira creció hasta convertirse en un gran centro comercial y cultural, poblado por arameos y árabes de origen nabateo, cuyas manos levantaron también la fabulosa Petra, otra estrella del desierto de Jordania.
En el año 106 de nuestra era, el Imperio Romano la anexó a sus vastos dominios. Entonces la ciudad mutó su antiguo nombre de Tadmor (ciudad de los dátiles) por el de Palmira (ciudad de las palmeras), convirtiéndose en una de las ciudades más poderosas de su época, rivalizando incluso con una Roma en decadencia.
Hoy los hoteles, restaurantes y cafés se encuentran en los alrededores de las ruinas, dándole una nueva vida a esta tierra de mitos entre la arena.

Antes de empezar...

El museo es digno de visitar antes de salir a conocer las ruinas. En uno de los cuartos hay una reconstrucción realmente grande del templo de Bel –el dios más importante de la antigua ciudad–, lo que hace más interesante llegar a conocer el verdadero. Las piezas expuestas han sido escogidas con discernimiento a fin de cubrir todos los aspectos de la civilización de Palmira a través de sus edades.
Reseñas preciosas, suficientemente desarrolladas, se han redactado en francés y en árabe, a fin de que los turistas puedan comprender mejor la historia del lugar. Grandes paneles explicativos ilustran los puntos principales. Las tres salas y la galería que se extiende a lo largo del hall de entrada están ocupadas principalmente por magníficas esculturas funerarias.
La entrada es de 150 libras sirias y los martes permanece cerrado.
Una vez que se visitó este sitio se puede llegar a las ruinas mediante taxi –que no son muy caros– por minibuses o el medio más extraño y más disfrutable: el camello. Montar en uno de ellos al comienzo puede ser incómodo, pero luego de un tiempo uno aprende a disfrutar del paseo.

La Gran Columnata

Era la arteria principal de la ciudad antigua. Son 1.200 metros de piedra coronados por un pórtico colosal, adornado de cariátides. El aspecto que ofrece es imponente, el sol se refleja con esplendor en esta espectacular construcción, que nos propone imaginar una Palmira rebosante de vida entre sus corredores de piedra. Hoy es la columna vertebral de donde parte el recorrido para conocer el resto de los fabulosos monumentos que ofrece la antigua y caída ciudad.

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