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11/06/04

Vladia Rubio ● www.bohemia.cubaweb.cu 

¡Salve, césar!
Una historia de arenas ensangrentadas donde el poder de los emperadores decidía sobre la vida y la muerte.

"Decimus Lucretius Satrius Valens, flamine perpetuo de Néron César, hijo de César Augusto, hará combatir veinte parejas de gladiadores y Decimus Lucretius Satrius Valens hijo hará combatir diez parejas de gladiadores en Pompeya, los días 6, 5, 4, de los idus de abril, y la víspera de los idus de abril. Ofrecerán una venatio según las normas y habrá toldo. Pintado por Celer. Aemilius Celer ha pintado este cartel solo a la luz de la luna."

Este programa de un espectáculo de gladiadores (edicta) estuvo en un muro de la Roma, antes del año 54 d.n.e. No fue el primero ni sería el último de estos sangrientos enfrentamientos. Unas pinturas etruscas encontradas en Tarquina, zona de Etruria, allá en el centro de Italia, parecen indicar que los primeros combates de esa índole datan de alrededor del 530 a.n.e., probablemente como un ritual en los funerales de guerreros.

Los combates entre gladiadores por lo regular tenían como escenario a los anfiteatros. El más grande de todos era el Coliseo de Roma, con capacidad para unos 50 mil espectadores.

Los romanos, liberados en el año 509 a.n.e. del dominio etrusco, emprendieron luego la conquista de territorios vecinos. En las guerras que libraron contra los samnitas y los griegos del sur de Italia, conocieron nuevos estilos de combate. En particular, las Guerras Samnitas marcaron los combates entre gladiadores. El historiador Livio se refiere a una batalla entre romanos y samnitas en el 308 a.n.e., tras la cual a algunos de los soldados capturados se les obligó a combatir entre sí. A las prácticas de hacer combatir a los prisioneros durante la celebración de un funeral las llamaban munera. La palabra munus, cuyo plural es munera, significa deber u obligación.

Los historiadores consignan que, en los inicios, eran los ejércitos romanos en sus campamentos de las fronteras, los que obligaban a los prisioneros a luchar en la munera y ello servía para reforzar los valores tradicionales romanos de "victoria a toda costa" y "muerte antes que deshonor".

Uno de los cascos usados por los gladiadores romanos

Al llegar esta variante a Roma la animaban fines muy diferentes. Las familias nobles pretendían ganar simpatía entre los votantes organizando fastuosos espectáculos que fueron aderezados con sangre de gladiadores.

En el año 264 a.n.e., ocurrieron los primeros de estos encuentros en Roma, como parte de los funerales en honor de Junius Brutus, descendiente de uno de los fundadores de la República romana. Los romanos que asistían al mercado de ganado de la ciudad, se asombraron al contemplar, en vez de las tradicionales carreras de cuadrigas o las cacerías de bestias salvajes, la lucha entre tres parejas de gladiadores. Fue la primera vez en que vieron correr sangre de gladiadores, la cual empaparía aquellas arenas por más de 700 años.

Aseguran algunos expertos, que dichos espectáculos también eran usados como vehículo de propaganda para el expansionista estado romano, inmerso en las primeras guerras púnicas. Usaban prisioneros de guerra para demostrarles a los habitantes lo que sucedía en los territorios fuera de la frontera. La única forma de saber cómo era un bárbaro germano era verlo luchar contra otro prisionero en Roma.

Listos para matar o morir

La palabra gladiador proviene del latín, gladius, espada corta utilizada por las legiones romanas, sobre todo para apuñalar más que cortar.

El gesto del emperador
con el pulgar hacia abajo indicaba la muerte para
el gladiador

Para disponer siempre de hombres entrenados en la lucha a muerte, se crearon escuelas de gladiadores en las afueras de Roma. Cada uno de ellos se adiestraba de acuerdo al tipo de arma que usaría. Los entrenadores, llamados lanistas, adquirían sus "discípulos" en los mercados de esclavos o en las cortes criminales, y los sometían a un brutal entrenamiento físico. A la vez, se les adiestraba para obedecer el código de ética de un gladiador, según el cual se debía luchar con entereza y aceptar la muerte con dignidad.

Los combates de gladiadores se extendieron a las demás provincias del Imperio, con excepción de Grecia, donde sus habitantes los consideraron siempre una práctica salvaje y bárbara. En particular los pobladores de Roma llegaron a mostrar una afición tan desbordante por estas prácticas, que ni ellas ni el trigo podía faltarles. De ahí la frase llegada hasta nuestros días de darle a la plebe Panes et Circus (pan y circo).

En la arena

Los combates se anunciaban días antes por toda la ciudad y la noche antes, los luchadores recibían una fastuosa cena amenizada con bailes y otros placeres. Ello, en consideración a que podría ser su última noche entre los vivos.

La muerte del gladiador era decidida por el gesto del emperador con el pulgar hacia abajo

El día esperado, los espectadores, colmando las gradas, aclamaban la aparición de los gladiadores, hombres fornidos y por lo general, gruesos, a diferencia de la imagen de efebos que ha multiplicado alguna cinematografía holiwoodense.

Luego del desfile de presentación, se sorteaban las parejas, eran examinadas las armas (probatio armorum) y se entablaba a continuación una lucha simulada a modo solo de exhibición. Llegada la hora del real enfrentamiento, los gladiadores saludaban a las autoridades, jurando honestidad y bravura en la lucha. Si era el césar quien presidía la lucha, todos los combatientes saludaban con el brazo armado en alto: ¡Ave, cesar, morituri te salutant! (¡Salve, césar, los que van a morir te saludan!). A continuación, el aullido de las trompetas daba inicio a la matanza.

Cuando uno de los gladiadores se declaraba vencido, su suerte dependía de la voluntad de la autoridad que presidía la lucha, quien casi siempre pedía la confirmación del público. En caso de que los asistentes corearan ¡Misum!, con el dedo pulgar hacia arriba, se le perdonaba la vida; si por el contrario, bajaban el pulgar (pollice verso) al grito de ¡Iugula! (¡degüéllalo!) se le daba muerte allí mismo hundiéndole la espada en el cuello, en medio de las exclamaciones de satisfacción de la multitud.

No faltaron emperadores que, entusiasmados, se lanzaran a las arenas, aunque sus combates estaban amañados. El propio Nerón mató en cierta ocasión a un león, pero antes al animal le habían limado los dientes y las garras. De haber sido en nuestros días, y para continuar en tono de farsa, de seguro habría elegido un pavo... de plástico.

Se secan las arenas

Con la llegada del cristianismo, las luchas de gladiadores empezaron a ser mal vistas. En el año 326 d.n.e. el emperador Constantino, aunque no los prohibió, emitió una serie de leyes tendentes a evitar su celebración y el final oficial de los combates de gladiadores en Roma tuvo lugar el día inaugural del festival organizado por el emperador Honorio en el año 404 d.n.e.

En aquella ocasión, el monje cristiano Telémaco bajó a la arena e intentó separar a los combatientes, provocando gran disgusto entre los presentes. Inesperadamente privada de su diversión, la multitud apedreó y asesinó a Telémaco. Horrorizado por lo sucedido, Honorio prohibió formalmente los torneos de gladiadores, aunque éstos continuaron realizándose durante otros cincuenta años de manera no oficial.

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