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21/10/2004

M. Montes / Córdoba ● www.eldiadecordoba.com

Los chalés de los antepasados
Los romanos acaudalados disponían a veces de una casa en la ciudad y otra en el campo, de dimensiones mayores y con nuevas dependencias, puesto que incorporaban otros espacios como un jardín o un huerto.

Aunque la fundación de Córdoba se atribuye a los cartagineses, su pasado romano se remonta al año 169 antes de Cristo, cuando Claudio Marcelo estableció una colonia que llegaría a ser muy próspera. A partir de este momento se inicia un reparto de tierras para su explotación agrícola y para fomentar su colonización con población itálica que con el tiempo daría lugar a lo que conocemos por villas romanas.

Al principio, los veteranos del ejército eran los poseedores de estas parcelas, a las que acudían todos los días, desplazándose desde la ciudad, para trabajarlas. Los terrenos se fueron fundiendo, dando lugar a algunas muy amplias, que acabaron propiciando la construcción de viviendas. Unos se trasladaron a vivir al campo (a las villas); otros tenían viviendas tanto fuera como dentro de la ciudad, como era el caso de los romanos más acaudalados.

En las villas rústicas se incorporaban nuevas dependencias, puesto que había más espacio; y así, éstas solían tener jardines y estancias para trabajar los productos, guardar herramientas o almacenar los alimentos. Eran también frecuentes las villas suburbanas, las que estaban construidas a extramuros aunque cerca de la ciudad, que compartían características con las de tipo urbano (pero eran mucho más espaciosas) y a la vez con las rústicas.

El tiempo ha demostrado que la tradición de las villas se ha perpetuado en los parcelistas cordobeses. Aunque en la época de los romanos había villas que producían a gran escala, existían muchas otras viviendas de tipo unifamiliar que no diferían demasiado de los modelos de los chalés actuales: los romanos también disponían de una huerta propia que tenía como único fin producir los alimentos para la subsistencia.

Las casas romanas solían tener todas una traza básica semejante. La puerta principal se abría al atrio o vestíbulo (atrium), con un lucernario para iluminar y un surtidor con una pileta en el centro del pavimento. El agua caía al compluvium a través de canalones que podían tener formas de animales, y de ahí caía a la pila que estaba encajada en el suelo (impluvium).

En la parte trasera solía haber un jardín con columnata, que contribuía a la impresión aireada que daba el conjunto (esta arquitectura aliviaba cuando había altas temperaturas).

Normalmente, las casas se distribuían en torno al patio, que solía estar cubierto, aunque tenía un agujero en el centro por el que caía la lluvia sobre una pila colocada en el suelo. Alrededor del patio se articulaban las habitaciones, a las que se accedía por un corredor (fauces) con un dormitorio a cada lado.

A los otros lados del patio había más habitaciones. En el centro solía estar una estancia grande (tablinum) que originariamente correspondería a la del señor, pero que a veces quedaba convertida en sala principal de recepción y oficina. Era común también incluir un jardín porticado (peristyle) -que a menudo tenía varias fuentes e incluso estatuas (ninfeos)-, así como podían disponer de un comedor al aire libre.

En torno al peristilo se disponían las estancias más importantes de la casa, entre las cuales se encontraban la sala de representación del cabeza de familia (triclinium), que muchos expertos identifican con el comedor, y las habitaciones de descanso (cubicula).

Las estancias estaban bien ordenadas y eran elegantes, con altos techos y amplias puertas, pero pocas ventanas. Las paredes solían estar pintadas de vivos colores, y los suelos estaban decorados con valiosos mosaicos. Otra curiosidad es que los romanos poseían pocos muebles, a pesar del lujo de las villas: camas, canapés, mesitas y cofres, fundamentalmente. En cuanto a las cocinas, solían consistir en poco más que un fogón y un fregadero. Los retretes, por su parte, desembocaban en pozos negros.

Algunas casas podían disponer además de una estancia donde el cabeza de familia ofrecía a los dioses diariamente oraciones y regalos. Esta sala de dioses domésticos (lararium) escondía un altar realizado a madera. Dependiendo del alarde de riqueza del señor, las villas podían presentar variantes, así como disponer de varios patios, varios jardines o varios comedores.

En una villa romana se distinguía la parte pública -en la que se hacían actos o se recibía a los visitantes- y la parte privada, vinculada a los dormitorios, en la cual suelen cobrar importancia los mosaicos y donde se podían hallar lugares para recibir a los amigos íntimos e incluso realizar negocios confidenciales.

Se trata de espacios de prestigio y otros domésticos que reflejan la estructura de las clases superiores romanas; es lógico que los grandes espacios de recepción se encuentren sólo en las villas de las familias influyentes de la ciudad, puesto que los pobres no los necesitaban: eran ellos los que hacían las visitas a los poderosos, como apuntan los historiadores.

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