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20/01/2005

Berta Fernández Quintanilla ● www.granadadigital.com

Alejando Magno. El origen de una leyenda
Ahora que están de moda las grandes epopeyas cinematográficas, se nos presenta en nuestras pantallas la superproducción estadounidense “Alejandro Magno”. Tras el intento de mostrar a los espectadores la historia de Troya, con Aquiles y su talón, y el caballo de madera, Oliver Stone ha pretendido acercar la figura del uno de los mayores conquistadores que ha dado la historia. Sin embargo, al finalizar la película, no podemos menos que sorprendernos. ¿Realmente era Alejandro como se muestra en el filme? Indiscutiblemente no. Hijo de Filipo II de Macedonia y su primera esposa, Olimpia, el heredero al trono siempre estuvo educado por los mejores maestros. El mismo Aristóteles le enseñó personalmente en su Academia de Mieza, junto algunos de los hijos de la nobleza macedonia. Fue allí donde hizo sus mejores amigos y donde aprendió a manejar los complicados hilos de un pueblo en expansión.

Nada más cumplir los dieciocho años, vio como asesinaban a su padre mientras celebraban las nupcias de su hermana Cleopatra. Uno de los guardias, acercándose al rey, acabó con su vida. La mano de Olimpia podía verse claramente detrás de aquello. Despechada, sustituida por la segunda mujer que tomó su marido, hija de Átalo, uno de sus generales, la reina no soportaba verse en un segundo plano. Con dieciocho años, por tanto, Alejandro ya era rey de Macedonia. Podemos definir el carácter del joven como impetuoso y algo tímido. Puede que inicialmente, la corona pesara demasiado para él, sin embargo, contaba con sus mejores amigos, a los que quería con locura, ya que valoraba la lealtad tanto como odiaba verse traicionado.

Con la única obsesión de llegar al fin del mundo, comenzó un viaje del que no habría de regresar nunca. Ya de niño, mostraba una gran inteligencia, que con el tiempo se vería avalada por sus grandes gestas.

Sabía manejar, al mismo tiempo, la contabilidad, la estrategia y el estado anímico de su pequeño ejército que iría creciendo merced a la adhesión de los ciudadanos de los pueblos que conquistaba.

Alejandro no era un sanguinario. Cuando añadía un pueblo a sus ya crecientes dominios, trataba a su gente con sumo cariño, manteniendo o mejorando su calidad de vida a cambio de juramentos de lealtad. No temía a nada ni a nadie.

Prueba de ello era su deseo de enfrentarse con Darío III Condomano, último Arqueménida, rey de Persia, famoso por poseer uno de los mejores ejércitos de aquel tiempo. Nada podía detener el ímpetu conquistador del joven rey, y Darío, informado por sus espías, comenzaba a temerle. Después de buscarle sin tregua, le dio alcance en Issos, donde libraría una de sus más grandes batallas. Contra cualquier pronóstico, salieron vencedores, y aunque el Gran Rey persa escapara para no ser hecho preso, aquel triunfo consolidó a un jovencísimo Alejandro como uno de los más grandes de la historia.

De fuerte y complicado carácter (heredado, sin duda, de Olimpia, su madre), el rey siempre luchó junto a sus hombres. Jamás dejó de estar en primera línea de combate. Alentaba a sus soldados a luchar por la libertad, y ellos confiaban tanto en él que perdían el miedo a la muerte si era en su nombre.

Después de ser el primer extranjero coronado faraón en Egipto, funda la gran Alejandría, y marcha a Gaugamela, donde sabía que estaba Darío esperándole. Como ya pasara anteriormente, el rey persa volvió a escaparse, tras contemplar anonadado, la gran disposición y el triunfo posterior del macedonio. Pero esta vez Alejandro le persigue, hallándole moribundo, asesinado por su compañero de satrapía Beso. Después de expirar en sus brazos, le lloró como si fuese uno de sus amigos, le tapó con su capa y dio orden de asesinar sin dilación al traidor.

El fuerte carácter de Alejandro (aclamado por los persas como Iskander), sufrió tras este hecho un gran desequilibrio. Comenzó a dudar de sus amigos, y pensaba que conspiraban contra él. Fruto de estas sospechas, manda matar a Filotas, uno de sus amigos de la infancia, y a su padre Parmenión, ya que creía que ambos habían convencido a unos adolescentes persas para que le asesinaran. Sólo se fiaba de Hefestión, su mejor amigo, y su amante.

Aquí surge uno de los puntos más conflictivos del personaje, zanjado de manera poco convincente por Oliver Stone en la película. Alejandro no era homosexual. En aquella época, el placer se hallaba en los hombres, que eran el modelo de perfección. Esto se ve perfectamente reflejado en el arte griego, en las estatuas de mármol (la belleza de los cuerpos masculinos) o los mosaicos, incluso en los grabados. La mujer era para tener hijos, y asegurar con ellos una descendencia. No obstante, se casa dos veces, con Roxana, y con Estateira, la hija de Darío. También tenía un hijo, Heracles, nacido de su relación con Barsine, bastante mayor que él.

Este extraño comportamiento de su rey, sobretodo al casarse con la primera de las mujeres, suscita recelos entre sus soldados, que querían un heredero para el trono, pero nacido de una noble. Alejandro solía salirse con la suya, y esta vez también lo hizo.

Su carácter había cambiado. Algunos autores aseguran que se embriagó de poder, y otros mantienen que estaba mal aconsejado. Aunque esto era sabido por todos sus amigos y compañeros, nadie se atrevía a decírselo, y fue Kleitos quien lo hizo. Aquello le costaría la muerte. Alejandro se estuvo reprochando este acto de locura hasta el mismo momento de expirar.

Cuando alcanzó Indo, lo que para ellos era el fin de la tierra, venció de nuevo en una sangrienta batalla al rey Poro. En aquel conflicto murió su caballo Bucéfalo, que le había acompañado desde los catorce años. Alejandro fundó en su honor “Alejandría Bucéfala”. Convencido por sus hombres, aunque en contra de su voluntad, comienza el retorno, mientras él y su ejército lo hacían bordeando el río, Nearco, especialista en navegación, lo hizo en barcos, en lo que fue la travesía más larga de la época antigua.

La muerte de su mejor amigo, Hefestión, produjo en él un profundo dolor, permaneciendo abrazado al cuerpo de su amante, llorándole, tres días. Apenas le sobrevivió un año. Cae misteriosamente enfermo después de un banquete en casa de uno de sus sátrapas, Medio, y muere a la puesta de Sol después de diez días, a los 32 años. Nadie sabe a ciencia cierta qué paso, aunque se manejan tres hipótesis: la del envenenamiento, en cuyo caso todo apunta a Casandro, el copero real, muerte por paludismo y la que se basa en una infección estomacal. Nada más expirar, Pltomeo se hace cargo de su cuerpo, que embalsaman y transportan a Alejandría. Al preguntarle a quién deja su legado, apenas puede hablar, sin embargo creen entender “Heracles”, el nombre de su único hijo, aunque algunos aseguraban haber oído “Kratisos” (“al más fuerte”).

La figura de Alejandro es enigmática, pende sobre él un aura eterna de incertidumbre, de cosas por descubrir. Es innegable que marcó una época, y llegó más allá de ella, muestra de ello es que Napoleón empleó el mismo planteamiento militar que el macedonio llevó a cabo en Issos.

Alejandro murió en Babilonia el 13 de junio del año 323 a.C., la leyenda acababa de nacer.

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