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09/01/2005

Robin Lane Fox ● www.elmundo.es

Alejandro Magno: Por qué todo el mundo odia esta película
Universitarios, radicales iraníes, cristianos evangelistas y grupos gays han criticado con dureza el retrato de Oliver Stone. Un biógrafo de Alejandro Magno y asesor del filme escarba en los motivos

Si alguien les dice que el pasado es cosa de otros países, no le crean. De Princeton a Atenas, de Oxford a Irán, en todas partes he visto cómo la corrección política trataba de influir en el objeto de estudio de toda mi vida: Alejandro Magno. La polémica viene servida por el estreno de la inmensa película de Oliver Stone en la que he participado como asesor.

Estuve en Princeton, donde los profesores de Historia Antigua habían organizado un seminario para discutir las resonancias contemporáneas de la película. Y allí expliqué su condición, bastante poco habitual, de drama épico basado en la Historia, para encontrarme con el escepticismo tras las gafas de muchos estudiantes. En seguida descubrí por qué. Después de sentarme, un profesor denunció que la película era una vergüenza para los estadounidenses de hoy, porque describía a Alejandro como un coloso, cuando lo que hizo fue invadir un antiguo imperio de Oriente Próximo y asesinar a miles de personas que se negaban a entregar sus ciudades.

¿Cómo se había atrevido Stone a llevar a la pantalla un tema así en el año 2004, cuando las muertes de Irak y Oriente Próximo deberían pesar en las mentes de todos? A continuación, algunos estudiantes, muy serios, me llevaron aparte y me contaron que este tipo de corrección política era un factor capital. Si quieres cambiar el mundo, me dijeron, primero tienes que cambiar la forma en que la gente habla de él.

Hay gente para la que este fragmento del pasado no es un territorio extraño del que nos separan 2.300 años. Lo contemplan como una prolongación de su patio de atrás. No me refiero a los críticos, a quienes puede gustar la película o no, y que suelen disfrutar arremetiendo contra todo, desde el corte de pelo de Colin Farrell hasta la dicción de Angelina Jolie. Lo que me sorprende es que a casi nadie le importa si el guión ensambla bien los acontecimientos, ni si Alejandro aparece matando rebeldes con dos años de antelación, ni si lo hace en la India y no en Irán. La rectitud moral la modula aquí una trinidad muy poco santa: el sexo, el nacionalismo y el imperio.

La honestidad de un filme. En realidad, estamos en un momento en el que un filme comercial no puede ser honesto en relación con ninguna de estas tres cosas. ¿Podríamos hacer ahora una película sobre Lord Mountbatten en la que se mostraran sus relaciones con hombres? Si rodáramos una sobre Pushkin, ¿tendríamos que complacer a algunos de sus seguidores pintándole de negro? ¿Podría alguien en Japón hacer otra sobre la realidad terrible de la dominación que ejerció este país sobre Corea, cuando los libros de texto japoneses han tratado de suprimirla de la memoria de la Historia? La corrección política en estos asuntos es aceptable si se presenta abierta a la discusión como una opinión vehemente edificada sobre criterios morales. Pero no lo es si simplemente corrige el resto de interpretaciones e intenta borrar las verdades embarazosas.

En los primeros días de 'Alejandro Magno' en la cartelera de Estados Unidos, un corifeo moralista trataba de dar a la gente razones por las cuales no deberían ver la película. Y sí, el filme puede hacer que los políticamente correctos se acuerden de George W. Bush, pero fundamentalmente porque, en este momento, en EEUU parecen incapaces de pensar en otra cosa.

Efectivamente, Alejandro invadió el viejo imperio persa, destruyó a los ejércitos que le hicieron frente y saqueó las ciudades que no quisieron rendirse. Eso es lo que hacían los generales de la Antigüedad. La conquista era una forma de obtener la gloria y Alejandro fue alabado en vida como un dios por algunos de sus contemporáneos. Mientras tanto, en el Medio Oeste norteamericano, el coro de la rectitud moral cantaba más alto. Los obispos dijeron a sus auditorios dominicales que incluso el deseo de ver la película era una señal de que Satán había entrado en sus corazones.

Los muslos de Hefestión

En mi biografía de Alejandro de 1973, señalé que del rey macedonio se decía que había sido derrotado una sola vez, por los muslos de Hefestión, el amor homosexual de toda su vida. El comentario se retrotrae a una carta ficticia en griego, atribuida a un filósofo cínico y escrita mucho después de la muerte de Alejandro. Siempre provocador, Stone la incluye muy pronto en la película. La mención de la frase de los muslos desató una ola de intolerancia bíblica por parte de los evangelistas.

Sin embargo, los historiadores admiten que Alejandro tuvo relaciones bisexuales. Lo mismo hicieron muchos otros entre los griegos antiguos, y no digamos entre los macedonios. Y, a pesar de ello, estos valores precristianos se perciben ahora como algo tan peligroso que un cristiano sólo se comportará como Dios manda si evita a toda costa sentarse en un cine donde se proyecte el filme.

Recientemente, en mi buzón de correo han aparecido amenazas de demandas judiciales o de agresiones físicas. Por lo visto, soy el único responsable de ocultar verdades sobre Alejandro y difundir mentiras. Un grupo homosexual de Canadá me escribió advirtiéndome de que me pegarían por disimular que Alejandro fue un gay puro que no tuvo nada que ver con mujeres. Después vinieron unos abogados griegos con el problema contrario: amenazaron con llevar a los tribunales a casi todos los profesionales que aparecían en los títulos de crédito por mostrar la bisexualidad de Alejandro. También unos iraníes indignados exigieron daños y perjuicios porque la mujer de Alejandro, Roxana, había sido encarnada por lo que a sus ojos era una actriz negra, la maravillosa Rosario Dawson, que se declara mestiza, y uno tendría que ser daltónico para considerar que su piel es negra.

En realidad, los historiadores no tienen ni idea de cómo era Roxana. Los extremistas iraníes la quieren rubia y de ojos azules para separar de África a sus antepasados. Y pretenden establecer una discontinuidad aún más pronunciada respecto a los árabes. En la mayor batalla de la película, aparecen camellos galopando a la derecha del rey persa. Por supuesto que había camellos en el campamento de Alejandro y que dentro del ejército multiétnico del rey también combatían contingentes árabes. Pero me acusan de ignorante porque piensan que he interpretado que los iraníes tienen antepasados beduinos.

La minoría moralista no sólo quiere corregir lo que aparece en la película, sino también decidir lo que hay que dejar fuera. El tutor de Alejandro fue el gran Aristóteles, que escribió que las mujeres eran incapaces de desarrollar completamente el pensamiento racional y que los bárbaros eran «esclavos por naturaleza». En una de las primeras versiones del guión, Christopher Plummer iba a hacer estos dos comentarios pero, por lo visto, Oliver Stone tuvo la intuición de advertirle que no alienara a la mitad femenina de la raza humana.

Sin embargo, la opinión sobre los bárbaros se conservó, para consternación de un profesor de Historia Antigua que me lo echó en cara. No importa que un gran filósofo del pasado escribiera una cosa como ésa. Parece que, por nuestro propio bien, el guión debería adaptarse a la sensibilidad moderna. Pero el problema sigue ahí: ¿qué hacemos con el imperio y con la conquista? Lo esencial no es que las opiniones apasionadas de la corrección moral sean equivocadas, por no decir degradantes. Es que el mundo cambia a nuestro alrededor y los cambios hacen que surjan nuevas cuestiones y nuevos puntos de vista que nos llevan a contemplar las antiguas evidencias con una perspectiva diferente.

Corrección política

Últimamente he estado revisando los intentos de Alejandro de justificar la guerra contra el imperio persa y la correspondencia que sobre este tema mantuvo con el rey persa. Hace dos años puse de examen a mis brillantes alumnos de Oxford una reflexión sobre si las guerras de Alejandro estuvieron justificadas. Todos dijeron que sí: ganó, así que el éxito las justificaba. Debí haber puesto a aquellos estudiantes en contacto con una idea más políticamente correcta, del otro lado del Atlántico. Allí, Alejandro es denostado porque conquistó a pueblos extranjeros y derribó un antiguo imperio. Y resulta digno de admiración que desde nuestros sillones rechacemos la agresión espontánea y deploremos cualquier asesinato.

Pero los historiadores debemos tener dos cabezas, como el dios romano Jano. Una que mire hacia nuestro propio tiempo y su futuro, con la ventaja de poder mirar en retrospectiva, y con la experiencia de muchos años de cambios en los valores morales. Con nuestra segunda cabeza, debemos mirar hacia atrás y suspender la ventaja de previsión que tenemos. Por mucho que las odiemos, tenemos que intentar ver a las figuras históricas en el marco de los valores y el contexto de su tiempo.

La gloria de la conquista

En el mundo de Alejandro se consideraba de forma unánime que la conquista militar conducía a la gloria y nadie quiso eliminar del montaje de la película los discursos en los que se proclama que se ha obtenido esa gloria. Después de Alejandro pueden encontrarse algunas voces contrarias, pero yo intento respetar el principio de que, si en su tiempo no hubo ninguna opinión opuesta, es un mal ejercicio histórico atacar a un personaje por algo que nos ofende ahora pero que no ofendía a la gente entonces. (Si su corrección se ve vulnerada por Alejandro el Conquistador, traten de obtener de Dios el beneplácito al genocidio que se realiza en algunos pasajes del Antiguo Testamento).

No es en absoluto vergonzoso que el viejo rey Ptolomeo hablara de Alejandro como un héroe y un coloso. Lo que no es correcto es suprimir un punto de vista generalizado en el pasado por el hecho de que no se corresponda con el que se percibe desde la ventana políticamente correcta de nuestro presente.

Tengo que decir que el peor de este tipo de ataques se lo debo a 'The Sunday Times'. En 2003, escribí, bromeando, en este periódico, que había llegado a creer que en una vida anterior había servido en la caballería de Alejandro y que deberían haber aconsejado a Stone para que me contratara como asesor y me introdujera en el reparto como jinete. Tal y como era previsible, lo hizo de muy buen humor, pero como consecuencia del artículo recibí la invitación de la Sociedad Internacional de Terapeutas de la Regresión para pronunciar el discurso inaugural en su reunión anual en Canadá.

Querían reconocer el hecho de que yo hubiera defendido su especialidad con honestidad académica y que hubiera llegado incluso más atrás en el tiempo que ellos, gracias a mis contactos con el siglo IV a. C. Cuando expliqué a aquellos severos regresionistas que todo fue una broma, juzgaron que mi comportamiento había sido enormemente incorrecto. Pero parece que éste es el papel de los historiadores hoy día, así que será mejor que me vaya acostumbrando a él.

Por Robin Lane Fox, asesor del filme de Oliver Stone y autor del libro 'Alexander the Great' (Penguin)

Traducción: Kiko Rosique
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