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05/01/2005

Susana Caballero ● www.diariodesevilla.com

Alejandro, el Conquistador
Su imperio abarcó una extensión que actualmente incluye países como Grecia, Albania, Turquía, Bulgaria, Egipto, Libia, Israel, Jordania, Siria, Líbano, Chipre, Iraq, Irán, Afganistán, Uzbekistán, Pakistán y la India. A su muerte, en el año 323 antes de Cristo, sus dominios cubrían más de cinco millones de kilómetros cuadrados.

Alejandro Magno es una de las figuras más fascinantes de la historia. Genio de la estrategia y el combate, con 25 años había conquistado casi todo el mundo conocido. Condujo a sus tropas por desiertos, montes y selvas, a lo largo de más de 35.000 kilómetros, y se enfrentó a las grandes potencias militares de su tiempo, como los persas, sin conocer jamás la derrota.

Ésta es la historia que Oliver Stone ha llevado al cine en su nueva superproducción, Alejandro Magno, un faraónico proyecto al que el realizador ha dedicado gran parte de su vida, pues convive desde su juventud con la fascinación por el joven conquistador, un personaje que, según el realizador, tenía en el ansia de paz y en la anhelada unión entre Oriente y Occidente el fin último de sus campañas militares.

Para encarnar al carismático líder de los griegos, Stone escogió al irlandés Colin Farrell, un actor de buena reputación profesional –no así personal– en quien el realizador ve muchas de las cualidades de Alejandro, como su fortaleza de carácter.

Además de Farrell, en el reparto aparece un nutrido grupo de estrellas. Angelina Jolie interpreta a Olimpia, la absorbente y manipuladora madre de Alejandro, responsable en gran medida de que su nombre figure en un puesto de honor en los anales de la historia. Mientras, Val Kilmer, irreconocible tras un laborioso maquillaje –y un voluntario descuido físico– es su padre, el rey Filipo II –un individuo despreciable obsesionado con la barbarie, el poder y las mujeres (todas menos la suya).

Como toda gesta que se precie, también ésta tiene su particular cronista en el faraón Ptolomeo I –general que combatió a las órdenes de Alejandro y cuya participación en las últimas campañas por el Asia Menor fue crucial; a la muerte del griego heredó Egipto, donde fundó la dinastía ptolemaica–, al que presta su rostro el versátil Anthony Hopkins, y que ejerce de narrador de la historia.

Stone, que se ha atrevido, con desigual éxito, a abordar la historia de personajes tan dispares como John Fitzgerald Kennedy, Richard Nixon o el mismísimo Fidel Castro, reincide en su gusto por la polémica retratando a un Alejandro que no esconde sus tendencias homosexuales –Jared Leto encarna a Hefestión, el mejor cómplice del guerrero– ni su especial relación con su madre, controversia que el director se ha encargado de publicitar y que quizás se le haya vuelto en su contra.

La airada reacción de diversos colectivos sociales, no solamente dentro de su país sino también fuera de las fronteras norteamericanas, pues un grupo de abogados griegos amenazó con denunciarle por la perniciosa imagen que, a su juicio, difundía la película sobre su país, ha ensombrecido los méritos del filme, que ha sido vapuleado por la crítica estadounidense y también por el público (la discreta cifra de recaudación hace temer a los productores no cubrir siquiera los costes).

Sin embargo, Stone, autor también del guión, se ha rodeado de un prestigioso grupo de expertos en la figura de Alejandro Magno y en el mundo clásico, una brigada de historiadores liderada por Robin Lane Fox, profesor del New College de Oxford cuya biografía de Alejandro (publicada en 1972) vendió más de un millón de copias y está considerada una de las mejores obras contemporáneas sobre su vida.

Stone ha filmado en Marruecos, Tailandia y Londres, a lo largo de tres meses infernales en los que el reparto hubo de soportar eternas jornadas de rodaje al calor del sol marroquí o los rigores del Himalaya, para recrear la civilización griega, y por la pantalla desfilan maravillas del mundo antiguo como los Jardines Colgantes de Babilonia y el Faro de Alejandría.

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