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20/04/2004

Manuel Molina/ Jaén ● www.ideal.es

Latín

La enseñanza vive momentos de zozobra e inquietud convertida en una gigantesca barca que navega en las aguas de la inercia y la buena voluntad. Se comenzó el curso con novedades y acabará con otras, que intentan enmendar las primeras. En tan corto espacio de tiempo y con la presteza del fin de curso crece la incertidumbre. La progresión aritmética del ánimo hacia abajo se suma en aquellos que imparten lenguas clásicas, casi los últimos románticos, los últimos conscientes de que su quiebra se avecina cercana a la extinción. La luz roja parpadeante de alarma.

En la hasta ahora penúltima reforma de la enseñanza el latín y el griego fueron tocados de  muerte. No era propio del nuevo pragmatismo didáctico y de las teorías de psicólogos teóricos, de espaldas a la propia enseñanza práctica (docentes), que una lengua muerta (qué menosprecio) ocupara un lugar destacado en la enseñanza española (¿es políticamente correcto escribir esta palabra?). Un amigo, en un arrebato, decía que lo querían quitar porque los teóricos habían sufrido el latín en colegios de curas.

Sin embargo, gracias al latín un ministro franquista que propugnaba “más gimnasia y menos latín” era egabrense como natural de Cabra y no otra cosa. Los propios de Jaén, por los andamios de la etimología y el empeño de un político decimonónico, comenzaron a ser giennneses, que era como de más lustre que jienenses. De forma particular el Latín fue una cruz en su momento, no lo negaré, hasta que por fin mi intelecto adolescente puso en orden los rosa-rosae y los ablativos, las desinencias de pretérito. Resultó un gran esfuerzo, que agradezco porque me ayudó a poder visitar mi propia lengua desde arriba, como a vista de pájaro. Creo que esto en términos técnicos se llama desarrollo de la capacidad abstracta y claro, en una reforma práctica no tenía cabida la milonga de cosas para el futuro, no inmediatas. ¿Cómo estudiar algo de lo que no puedes hablar el fin de semana con tus colegas? Es una exageración a modo de exemplum. Por cierto, ninguno de mis profesores de esta lengua clásica fue cura y creo que ni siquiera beato. En sus clases me arraigaron el amor a la lengua, principios democráticos en palabras como Senado, gusto por los viajes y la aventura moderada leyendo las desgracias del pobre Ulises y cariño a la historia que ocultaban entre su significado las palabras. No sé si tales datos “sirven” para justificar una necesidad.

Luego llegó otra reforma, que parecía dar cierto oxígeno a las lenguas clásicas y ahora parece que todo se desacelera otra vez para cambiar y visto lo visto uno ya no sabe si es mejor que la virgencita los deje como están, si se  hacen el corte ese japonés en el abdomen  o beben un poco más para cantar aquello de la canción del olvido. Releo a Cicerón otra vez y me encuentro lo de la paciencia: Quosque tandem…? No me digan que no se acuerdan o que no lo saben. El ochenta por ciento de las palabras escritas en esta columna procede del latín. Incluso se puede chatear en esa lengua: www.culturaclasica.com. No todo está perdido, a lo mejor con el diálogo…

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